Una de mis definiciones favoritas de control interno, entre las muchas que nos ofrece la literatura especializada, es la siguiente: conjunto de métodos y procedimientos que aseguran que los activos se encuentran debidamente protegidos, que los registros contables son fidedignos y que las instrucciones de la dirección del negocio se siguen de manera eficiente.
ICO 25/04/2011
Aún sin considerar las exigencias legales con él relacionadas, especialmente cuando hablamos de compañías cotizadas, convendrán conmigo que, siendo así, el control interno constituye en términos generales un requisito imprescindible para las grandes empresas, necesario para las medianas y muy recomendable para las pequeñas. Ó dicho desde otra perspectiva, cuanto más distancia existe entre la propiedad y la dirección ó gestión del negocio y/ó entre ésta y el staff, más recomendable es un control interno fuerte.
Y por tal se entiende aquel que reúne una serie de características técnicas ampliamente desarrolladas en los manuales, que incluyen tanto prácticas como recursos, de entre los que destacan los vinculados a las tecnologías de la información.
Pero me gustaría dirigirme especialmente a esa gran masa de pequeñas y medianas empresas, muchas veces tan reacias a implantar controles de verdadera calidad, so pretexto de disponer de métodos suficientes teniendo en cuenta su tamaño, medido generalmente a través de su número de empleados.
No se trata de implantar un sistema sobredimensionado, ni tendría sentido, pero sí lo puede tener diseñar un sistema que se adapte a nuestras necesidades. Veamos porqué.
Pensemos de puertas para dentro, y seguro que recordamos costes a todas luces evitables, en los que hemos incurrido últimamente: un error en el envío de mercancías, un pago duplicado a un proveedor, un descuento indebidamente aplicado, un crédito concedido sin autorización a determinado cliente que luego resultó fallido, etc. Y eso por no hablar de actuaciones de fraude.
Sería recomendable plantearnos cuánto nos cuesta este tipo de incidencias cada ejercicio, y cómo impactan en nuestro capital circulante, y quizá más de uno se sorprendería.
Pues bien, a evitar ó al menos a reducir significativamente la probabilidad de vernos inmersos en tales situaciones contribuye el control interno. Y visto así, ¿no se trata de una inversión productiva en lugar de un gasto innecesario? Al fin y al cabo por un desembolso inicial por cierto no excesivo, obtendremos buenos rendimientos en el futuro.
Por lo que se refiere a la toma de decisiones basada en la información que nos proporcionan los registros contables, partir de datos imprecisos podría tener consecuencias nada deseables para el devenir de la empresa. Un buen control interno garantizará una calidad mínima de los mismos. Adicionalmente, contribuirá al ahorro de costes en circunstancias anómalas ó inusuales, como en caso de absentismo laboral, siniestros, relevos generacionales etc.
Sí por el contrario observamos la entidad desde fuera, un adecuado control interno ofrece también grandes ventajas. Para empezar fortalece la imagen corporativa porque proyecta seriedad y profesionalidad ante sus diferentes interlocutores, lo que sin duda facilitará la consecución de los objetivos empresariales.
Asimismo añade valor al negocio, ya que ofrece grandes ventajas organizativas para la integración de terceros u otros cambios habituales en las “business transactions”, que un potencial inversor ó socio siempre apreciará.
Por último, no sería honesto terminar sin una reflexión obligada. Existe un axioma que no debemos olvidar: cualquier control interno puede ser burlado mediante la colusión ó actuación coordinada y premeditada de varias personas que formen parte del mismo. Pero no es menos cierto que disponer de un sistema de calidad desincentivará este tipo de actuaciones, ó dicho a la inversa, su ausencia las hará más apetecibles.
Rafael Ruiz Salvador
Gerente de Auditoría de BDO
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