El acusado se mostró conforme con la solicitud del fiscal, por lo que no se celebró juicio
DiarioSigloXXI.com GRANADA, 5 (OTR/PRESS)
Antonio Herrera, más conocido como el "jamonero de Trevélez", ha sido condenado a una pena de once años y cinco meses de prisión y al pago de una multa de 807.200 euros, por haber estafado a casi 200 personas. La resolución judicial se produjo después de que éste mostrara su conformidad con la solicitud del fiscal el pasado 25 de mayo, acuerdo que evitó la celebración del juicio.Esta es la pena impuesta por la Audiencia de Granada para el "jamonero de Trevélez". Herrera, al que el Ministerio Público le pedía inicialmente 46 años y diez meses de prisión y 2,2 millones de euros de multa, aceptó ser responsable de un delito continuado de estafa y apropiación indebida en concurso con otro continuado de falsedad en documento mercantil; otro de estafa; otro de alzamiento de bienes; y cuatro delitos más contra la Hacienda Pública.
Por su parte, su mujer también aceptó la modificación hecha por el fiscal, con lo que su pena asciende a un total de dos años de prisión y una multa de 800.000 euros, frente a la pena inicial que pedían para ella de siete años de cárcel y multa de más de 730.000 euros, por tres delitos contra la Hacienda Pública. Asimismo, la pareja tendrá que indemnizar a todos los perjudicados con más de 11,6 millones de euros, y hacer frente al pago de 728.419 euros, a ingresar en la Hacienda Pública por la cuota tributaria no ingresada.
Según el relato fiscal, Antonio Herrera, también conocido como "Fernando", dirigía una entidad bancaria en la localidad de Trevélez. A principios de la década de los 90, decidió dedicarse al negocio del jamón serrano, donde aplicaba todos los conocimientos adquiridos durante su época en el banco, ya que conocía los recursos económicos de sus clientes y tenía acceso directo a sus cuentas.
El objetivo de "Jamones Fernando S.L" era el secado y curación de jamones. Para la financiación de la empresa, Herrera utilizó el capital proveniente de los vecinos de la zona. Cuando conocía que alguien de la zona disponía de fondos suficientes, se ponía en contacto con él para la inversión. Para captar fondos, Herrera ofrecía un negocio muy rentable, sin riesgo, destacando su negocio sobre los demás existentes en el mercado. Señalaba el alto interés que ofrecía, en comparación con los gastos que ofrecen los depósitos bancarios y detallaba la diferencia entre el precio de la carne cruda y la cruda, obteniéndose para su venta un beneficio del 30 al 40 por ciento, que se repartirían entre cliente y empresario. Ellos comprarían el jamón crudo, y tras un proceso de secado, lo venderían de nuevo, obteniendo así un beneficio mayor.
No obstante, su empresas distaba mucho de ser solvente. El "jamonero" ponía especial cuidado en no comentar con los inversores el precario estado de su empresa ni la probable pérdida del ahorro que su inversión le supondría. Para cubrirse las espaldas de cara a las posibles sospechas, Herrera ponía en marcha una auténtica "puesta en escena", donde, con "ánimo de ilícito beneficio", mantenía una conversación afable y cercana. Asimismo, exhibía al cliente los secaderos de Trevélez repletos de jamones, restaurantes de lujo en el que solía invitarlos a almorzar, alardeaba de diversos negocios y restaurantes o de los numerosos trabajadores a su servicio.
Ante la posible reticencia del cliente a invertir su capital, ofrecía siempre la garantía del propio jamón comprado, su patrimonio o una "inexistente" cartera de seguros.
LA "MAQUILA"
Por otro lado, Herrera utilizaba una segunda vía de financiación, la conocida como "maquila". Ésta era una figura mixta entre el depósito y el arrendamiento de servicios, usada cuando un empresario cárnico que no disponía de saladeros o secaderos de jamón, entregaba al procesado, que sí disponía de ello, jamones en crudo para que se curasen en sus instalaciones, a cambio de una cantidad.
En cualquier caso, viniese la financiación por donde viniese, el procesado no destinaba esas entregas dinerarias a la compra de lotes de jamones crudos, sino que empleaba esas prestaciones, con "ánimo de ocultarlas o hacerlas desaparecer", a destinos diferentes, o bien utilizaba el mismo lote para diferentes clientes. En muchos casos ni siquiera compraba los lotes.
Fue a partir de 2002 y 2003 cuando los inversores estafados pretendieron recuperar las cantidades prestadas con sus correspondientes intereses. Herrera lograba convencerlos con "falsas promesas" para que reinvirtiesen su capital.
En los meses precedentes a la fuga de Herrera, la situación ya era insostenible. Los diferentes acreedores apremiaban de forma insistente e inaplazable, por lo que Herrera optó por vender determinados bienes por valor inferior a su valor de mercado. Las cantidades recibidas por Herrera no eran contabilizadas en las correspondientes cuentas societarias, ni asentadas en los correspondientes libros mercantiles, por lo que no podían ser fiscalizadas por hacienda.
Antonio Herrera estuvo en paradero desconocido desde octubre de 2004 hasta junio de 2007, cuando fue localizado en República dominicana.
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