La profesión discretaDedicado a la memoria de Conchita García Castillo, compañera entrañable y funcionaria ejemplar.
03.07.09 - 10:32 - GREGORIO NÚÑEZ
Muchos están ya al corriente de que este año se conmemora el 75º Aniversario de la fundación de la Escuela Profesional de Comercio de Granada (EPCG), evento que conmemora la actual Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales.
Uno de los proyectos más atractivos consistirá en recoger -en la medida de lo posible- la
memoria y la experiencia de algunos de sus miles de estudiantes y, en particular, de los varios centenares que se titularon como Peritos y Profesores mercantiles. Es una tarea que probablemente requiera más tiempo del disponible y que tendrá que extenderse durante varios años sucesivos.
El que nos ocupa representa un notable proceso de formación de capital humano al servicio directo de la empresa local; con enormes dificultades alcanzó su apogeo en 1944, cuando se matricularon 454 nuevos estudiantes.
El éxito inicial de la EPCG fue fulgurante: en el primer año de actividad se matricularon 161 estudiantes, que procedían en su mayoría de Granada capital. Pero también hubo otros muchos procedentes de lugares dispersos por toda la provincia, de Zújar a Motril; de Órgiva a Galera; de la Calahorra a Capileira), de Almería, Jaén y otras provincias y aún de países extranjeros. Por su intensidad y variedad, podemos calificar de asombroso el impacto inicial de la convocatoria. Y la cosa no se quedó en un brillante inicio: en 1935 se matricularon otros 119 estudiantes adicionales. Es posible que alguno de ellos aparezca en la orla que reproducimos aquí.
Desde luego que no se habían equivocado quienes lucharon y finalmente consiguieron contra todo pronóstico la fundación del centro: en particular el rector y ministro José Pareja Yébenes, y los primeros directores-comisarios, Félix Aguilera y Alberto Cabana. Estos últimos son hoy prácticamente desconocidos.
El archivo histórico de la Facultad recoge nada menos de 5.585 expedientes entre 1934 y 1975; de ellos más de tres mil quinientos corresponden a jóvenes granadinos algunos de los cuales leerán probablemente estas cuartillas. A lo largo de la historia, la EPCG atrajo a estudiantes de cuarenta y ocho provincias, incluidas Ceuta y Melilla, y once países diferentes, incluidas las entonces colonias africanas. Las mujeres estuvieron ampliamente presentes y representan casi un quinto del total. Y, ya que de familias hablamos, recordemos que fueron muchos quienes siguieron en la Escuela de Comercio la senda iniciada por hermanos mayores, así que familias enteras figuran en los anales del centro. Probablemente muchos eran hijos de comerciantes, empresarios y directivos de empresas que seguían una tradición familiar de varias generaciones [cfr. González, Núñez y Piñar, La Empresa de nuestros abuelos. Granada, Fundación Caja Rural, 2007].
Entre los primeros alumnos del centro hubo sesenta y nueve nacidos antes de 1909, lo que haría de ellos hoy ampliamente centenarios. No creo que quede ninguno con vida y es de temer que su memoria se haya perdido para siempre salvo por los recuerdos que sus familias puedan haber conservado y deseen aportar a nuestra encuesta. A muchos, los de mayor edad, la guerra los alejó para siempre de las aulas. También supuso un duro y directo golpe para el propio centro que, pese a los esfuerzos por aparentar una normalidad inexistente, perdió en el vendaval del reclutamiento su condición de Escuela Profesional.
La de los años "cuarenta" fue una generación de jovenzuelos forzados a ejercer de hombres mucho antes de lo que ahora es habitual. Las fotos que acompañan estas líneas resaltan su seriedad y aplomo. Hoy, tras sesenta años de profesión, son testigos privilegiados de la historia de Granada; a menudo han vivido la frustración de sus ilusiones; en ocasiones también la forja y renovación de nuevos proyectos. Como los anteriores, muchos de ellos ya han desaparecido para siempre. De los supervivientes he tenido la oportunidad de conocer ya a varios. De sus charlas, siempre amenas, la primera impresión que se saca es la discreción absoluta. Desean mantenerse en segundo plano. Creen que sus vidas y experiencias carecen de interés. Se diría, incluso, que temen hablar demasiado.
Pero, cuando la conversación se normaliza, el tono cambia; ya no se quejan ni fingen desinterés; al final valoran su vida personal y profesional de forma bastante positiva; recuerdan con cariño su pasado y más de uno sugiere con divertida malicia que le ha ido mejor de lo que suele estar dispuesto a reconocer. Pero en general les cuesta romper a hablar y alterar así una costumbre que probablemente ha sido norma en sus vidas.
¿Por qué esa discreción que parece una característica general y casi obligada?
Hace años el profesor Tortella escribió que parecía como si los empresarios, enfrentados a su historia, temieran reencontrar viejos esqueletos escondidos en los armarios; tardan en reparar que los supuestos esqueletos no fueron tantos ni tan importantes como creyeron. Que hoy el tiempo los ilumina con luz nueva, teñida de nostalgia pero también de serena y sabia apreciación de lo que fue realmente importante.
En lo referente a la profesión es mucho lo que podría escribir y confío en lograr pronto información adicional, lo que nos permitirá escribir otras columnas sobre el tema. Aquí me limitaré a concluir con un dato personal pero trascendente, a la vista de lo escuchado. Entre los antiguos alumnos de Comercio aparece la referencia constante al equipo directivo que, a juicio de todos, desempeñó un papel decisivo para el centro y para la profesión: Aurelio Cazenave -director desde 1942 hasta su muerte- y sus más estrechos colaboradores, Francisco Wilhelmi y Joaquín Bosque, secretarios del mismo. Hubo, por supuesto, otros muchos nombres significativos y decenas de profesores distinguidos, pero tendrán que esperar a algún texto futuro.
De la labor de Cazenave, aparte de sus actividades docentes y administrativas, muchos destacan el apoyo personal y humano que les prestó; décadas después lo recuerdan y lo agradecen. Cabe atribuirle, además, lo que podríamos describir como una verdadera refundación del Centro: el éxito de alumnado impulsó las gestiones para recuperar el grado profesional -nunca implantado en la práctica-, equipar un nuevo edificio, sacar a concurso numerosas cátedras y, finalmente, constituir un colegio profesional (el actual Colegio Profesional de Titulados Mercantiles y Empresariales de Granada). No es de extrañar que nuestro personaje figure en varias iniciativas locales de gran interés en su época; en la Caja de Ahorros, en la promoción del polo de desarrollo y hasta en la dirección general de algunas sociedades industriales, como la Eléctrica de Jerez del Marquesado. ¿Podremos completar su biografía y la de sus compañeros? ¿Sabremos reconstruir la historia profesional de sus discípulos?
Es hora de recuperar la memoria de esta profesión discreta y de empezar a devolverlos a la luz. Esa es la tarea que se ha propuesto la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de Granada y la que nos va a ocupar, dentro y fuera del centro, durante varios años a venir.
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